Las vacilaciones y repeticiones de sonidos, palabras o sílabas pueden manifestarse en el habla del niño a partir de los dos o dos años y medio de edad. Es un fenómeno lingüístico normal y suele aparecer cuando el niño sabe lo que quiere decir, pero necesita un poco más de tiempo para organizar su discurso.
Ejemplo: "¿Doooonde hay más mandarinas?" "Mira qqqque flor más linda" "el mmmmuñeco de abajo es mío”.
Generalmente, cuando los niños se expresan de esta manera, los adultos no interpretan estas vacilaciones o repeticiones como ese tiempo que necesita el niño para organizar su discurso. Comúnmente lo interpretan como un problema de tartamudez y reaccionan tratando de corregirlo para que “hable bien”. Le piden que repita lentamente lo que quiere decir, que respire, que piense antes de hablar, que no se ponga nervioso y otras cosas por el estilo.
Este tipo de correcciones que ven e interpretan lo normal como si fuera un error, en vez de ayudar, producen interacciones comunicativas dañinas pues no se responde a lo “que” el niño dice, sino a “cómo” lo dice, y éste puede interpretar que no se entendió nada de lo que quiso decir y que su forma de hablar no se acepta. Eso, a su vez, genera en él una imagen de mal hablante.
En esta condición, el niño comienza a tenerle miedo a su forma de hablar y trata de controlarla para responder a las expectativas de los adultos. Pero, como el habla es una acción automática y espontánea, el miedo a “hablar mal” y el intento de control, lo llevan a estresarse, lo que hace que tanto la fluidez como la espontaneidad al hablar se pierdan.
La disfluencia es algo natural en el habla de los niños y si se interpreta como un error y se actúa tratando de corregirla, se marca el camino hacia la tartamudez.
Si surgen dudas sobre el desarrollo del habla del niño consulte cuanto antes a un profesional especializado en problemas de fluidez.